El poder de los militares

Dentro de los muchos actores que le han disputado el poder al presidente de la República, los más eficaces para (literalmente) ganar terreno han sido sin duda los mandos de las Fuerzas Armadas.
La llegada de López Obrador a la Presidencia de la República presentaba varias oportunidades para romper inercias perversas que se construyeron en gobiernos anteriores. Era obvio, aunque no necesariamente para todo mundo, que muchos de esas posibilidades no iban a materializarse o, al menos, no completamente. Mucho del desgaste del presente gobierno proviene de las promesas no cumplidas; algunas de ellas, ni siquiera a medias.
Había una especial atención en la “guerra contra el narcotráfico” y la necesidad de cambiar la estrategia de seguridad. No pasaba, creo, por dotar a las Fuerzas Armadas de un marco jurídico sino simplemente regresarlas a los cuarteles. La idea era fortalecer a las policías municipales, que tienen una mayor proximidad social, conocen el territorio, y pueden contener violencias cotidianas, de los vecinos ruidosos a una riña callejera.
Calderón comenzó una especie de invasión militar a lo largo del país con la idea de recuperar el territorio por la fuerza. A sabiendas o no, también dotó —de facto— de poder político a las Fuerzas Armadas. La presencia en el territorio para brindar seguridad dio posibilidad para que los mandos militares pudieran negociar con cualquier factor de poder formal o no. La legitimidad de los votos no bastó para contrarrestar la fuerza adquirida.
Ya como factor de poder, las Fuerzas Armadas —aunque formalmente subordinados al presidente de la República— fueron conquistando diversos espacios políticos. Aunado a esto, su relativa capacidad de decisión y autonomía para “hacer valer la ley”, les convirtió en una especie de fiel de la balanza. Pero vale la pena detenerse en la no poca protección retórica de que han gozado, antes de avanzar con el argumento; mientras Calderón negaba categóricamente (como es su costumbre) que los militares asesinaran a civiles, pero justificaba los asesinatos de presuntos delincuentes, porque se trataba de cucarachas, AMLO, por su parte, a pesar del discurso de pacificación, ha sostenido con cierta vehemencia y a pesar de las evidencias, que el pueblo uniformado ya no se usa para reprimir.
Volviendo al punto, la capacidad de decisión y la relativa autonomía les permitió negociar la lealtad al presidente —que tiene como ninguno otro a muchos factores de poder en contra— por el aumento en su participación en muchos aspectos de la vida pública.
Las revelaciones de la periodista Nayeli Roldán muestran que el poder militar ha rebasado el control presidencial, que la autonomía en la toma de decisiones ha llegado prácticamente al punto de la insubordinación.
O el presidente no sabe hasta donde ejercen sus funciones los militares y no tiene como saber o está bien al tanto y no puede ni quiere poner freno. La militarización es menos voluntaria que impuesta. Y nadie debería sentirse tranquilo.