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Falacias del discurso ecológico

Nuestros gobernantes no están comprometidos con la ecología dado que privilegian la construcción de avenidas y puentes para el tránsito de vehículos unipersonales, en vez del transporte colectivo.

En junio se conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente. Greta Thunberg, la niña ecologista sueca, inspira a cientos de miles de jóvenes que protestan en todo el mundo contra el cambio climático. Los gobiernos de muchos países expresan su preocupación y las grandes empresas invitan a “tomar conciencia” comprando productos “verdes”.

En cumbres, consensos, protocolos y demás, los gobiernos se comprometen, una y otra vez, a detener el problema. Se crean consejos, secretarías, direcciones, institutos, comités, redes de colaboración… y después de 27 años de la cumbre ECO-92 en Río de Janeiro la situación sigue empeorando considerablemente (sólo por dar un ejemplo).

No hace falta oír noticias para reconocer la gravedad del problema. El calor insoportable y la sequía hacen vivir el drama en carne propia.

Los muchos incendios forestales en el país y el estado y la grave contingencia ambiental en la CDMX disparan los discursos ecológicos. Para no quedarse atrás (y reaccionando a las múltiples protestas de los queretanos contra la tala o el trasplante de árboles, en especial contra el eje vial de Zaragoza) el alcalde capitalino anuncia su programa ‘Respira Querétaro’, que promete sembrar 240 mil árboles en toda la ciudad.

¿Por qué, a pesar de todos los “esfuerzos” las cosas no mejoran?

Sergio Federosky, biólogo argentino, lo explica en su libro Los mitos del medioambiente: Es falaz el discurso del Estado (capitalista) para “generar conciencia en la población”, alegando que “todos somos responsables”. Esta idea políticamente correcta esconde al verdadero responsable y lo justifica de no establecer políticas efectivas, pues éstas implicarían frenar el monocultivo, el extractivismo y el desarrollo industrial y comercial.

Fedorosky denuncia la contradicción implicada en la frase ‘desarrollo sustentable’, pues el concepto ‘desarrollo’, inherente al capitalismo, busca el crecimiento económico, la ganancia y el lucro (que implica la acumulación por despojo); mientras que la ‘sustentabilidad’ consiste en la capacidad de satisfacer las necesidades de la generación actual, sin anular la posibilidad de que las generaciones futuras también satisfagan las suyas según el Informe Brundtland de la ONU de 1987.

La sustentabilidad implica buscar el equilibrio ecológico en la distribución equitativa y esto no se logra sin un cambio radical de régimen. Así, resulta un contrasentido hablar, por ejemplo, de “monocultivo sustentable” o de “minería responsable”.

Es fácil reconocer que nuestros gobernantes no están comprometidos con la ecología, cuando privilegian la construcción de avenidas y puentes para el tránsito de vehículos unipersonales, en vez del transporte colectivo; permiten la construcción desordenada de fábricas, edificios y comercios sin áreas verdes; agravan la desigualdad, concentrando bellos jardines y campos de golf en “closters” residenciales y destruyen o abandonan en la aridez y miseria a las zonas populares; privatizan el servicio de limpia, sin generar estructuras que faciliten el reciclaje; hacen jugosos negocios con los espectaculares, en vez de desalentarlos… y un largo etcétera.

A pesar de todo, los auténticos ambientalistas contribuyen a detener el desastre, en múltiples micro-espacios. Seguir su ejemplo es un asunto de vida o muerte. Por eso va mi reconocimiento al proyecto Amili: tierra feliz y florida en Carrillo Puerto, Qro.

 

metamorfosis-mepa@hotmail.com

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