Para el bienestar del alma
Hay que insistir cotidianamente que seis años pasan muy rápido, el trabajo en todos los rincones debe ser intenso, pero feliz, que quien crea en el futuro, en la esperanza, disfrute, goce e incluso se divierta haciendo lo que considera útil y necesario para contribuir con ese bienestar del alma.
Insisten los fundamentalistas de todos los colores, que los bienes materiales, sobre todo aquellos suntuosos, es decir los cacharros, son el motor del avance de las sociedades y que el Producto Interno Bruto, es la medida de crecimiento de una nación. Claro está que esa concepción se forja porque ellos, si acaso recibieron formación académica, lo hicieron en instituciones emblemáticas del monetarismo, donde el lema es “vales lo que tienes”. Vales sí tienes riqueza e influencias, sí los esclavos se inclinan ante ti y te nombran “señor”. Los preceptos del fundamentalismo económico, los modernos adoradores del becerro de oro, se sustentan en la idea de que “el que no transa no avanza” y, al igual que en la antigüedad, venden su alma al diablo, es decir desprecian los valores humanos de solidaridad, humildad, cooperación, fraternidad, entre otros.
Los pueblos prehispánicos acuñaron diversos conceptos para referirse al alma: tonalli, ihíyotl y teyolía, esta última residía en el corazón y las tres daban fuerza, vida y salud al ser humano. Además de la vitalidad, a la teyolía, se le atribuía ser la fuente del conocimiento, las afecciones, las apetencias, la memoria y la voluntad. Por ello “vender el alma al diablo” es sinónimo de ser un humano desalmado, sin voluntad, sin memoria, sin sentimientos.
Negada por la ciencia convencional, aceptada por otros, el alma sufre diversos fenómenos que la alteran, entre los más graves está su fractura o fragmentación, esto ocurre cuando el individuo se somete a una situación emocional muy fuerte donde su vida se ve amenazada, recibe sustos o espantos, pierde familiares, recibe agresiones sexuales, abandono o desprecio; el daño al alma depende de la intensidad y recurrencia de esas fuerzas estresoras. Ni que decir de la pérdida del alma, cuando esto ocurre, el individuo pierde la voluntad y se observa sin rumbo ni sentido.
Los mexicanos vivimos durante más de 500 años una intensa y recurrente opresión del alma, primero con la conquista y colonización, las guerras de invasión extranjeras, la guerra de Reforma, la imposición de modelos de explotación como el porfirista, la Revolución, la Guerra sucia, las masacres emblemáticas como la de Tlatelolco, el periodo neoliberal, entre muchas más. Intensidad y recurrencia que dejaron una estela de afecciones y comportamientos desequilibrados, ahora se requiere un enorme esfuerzo sanador para recuperar el equilibrio del alma de todo un pueblo y lograr su bienestar.
Los críticos a ultranza, carentes de memoria histórica, exigen que las carencias desgarradoras generadas por 500 años de opresión se eliminen con saltos espectaculares, golpes de timón. Los cambios no sólo se dirigen, sino que se hacen desde los más remotos y profundos lugares, sobre todo desde la teyolia o alma. La recuperación del alma o de sus fragmentos requiere una profunda labor colectiva, comunitaria, donde conceptos como solidaridad, equidad, autodeterminación y otros, son esenciales.
En los senderos y caseríos del México profundo se vive una intensa solidaridad con propios y ajenos, se comparte de forma extraordinaria, los mayas dicen el “kaaj” la casa grande, donde todos comen, donde nadie se queda afuera. Esta es la pervivencia de la teyolia en esos centros de germoplasma culturales, donde a pesar de 500 años de opresión, aún subsisten el respeto a la naturaleza y a la humanidad, esto lo sabemos quienes hemos andado esos caminos. Pero los entrenados en los centros de poder, lo desprecian, lo consideran anacrónico, no productivo, pues su concepto de “tiempo es dinero” entra en crisis.
Los acostumbrados a las hipócritas corruptelas quieren ver como eternos a los dioses del ocaso, para burlonamente decir que “pasó de moda la locura, que la gente es mala y no merece”, como críticamente canta Silvio Rodríguez. Y no se trata de cambiar de signo, color o discurso, sino de simplemente armonizar el pensamiento, la palabra y las acciones, para sin omisiones ser de esos humanos consecuentes, los imprescindibles de Bertol Brecht.
Todo cambio o transformación genera sus fuerzas antagónicas internas y externas, dentro de las internas están los fundamentalismos propios y el pensamiento acrítico. En los externos la conversión perceptual de toda acción y discurso en algo oscuro, satánico, en un peligro para México. Ni uno ni otro genera lo necesario para la recuperación del bienestar del alma. Pues en ambos casos, las almas de sus voceros, seguramente sufrieron fractura o fragmentación, pues carecen de ese amor fundamental para amar al prójimo de forma crítica y compartir así, el proceso de construcción de conocimiento y transformación de la realidad.
Hay que insistir cotidianamente que seis años pasan muy rápido, que el trabajo en todos los rincones debe ser intenso, pero feliz, que quien crea en el futuro, en la esperanza, disfrute, goce e incluso se divierta haciendo lo que considera útil y necesario para contribuir con ese bienestar del alma, basamento del desarrollo de una nación.
Contribuir muy puntualmente y de forma cotidiana a que las dolencias de aquellos que las sufren identifiquen su origen, y la necesidad de sanarlas mediante el perdón y la aceptación, sin resignación, es importante, pues contribuye en esa necesaria salud y bienestar del alma individual y colectiva.
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