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De música, autenticidad y redes sociales

Recientemente se han suscitado varias controversias en torno a la autenticidad y legitimidad de algunos artistas que han sido fuertemente cuestionados en redes sociales. Destacan los casos de Yahritza y su Esencia, Germaine Valentina y Ángela Aguilar. Este fenómeno ha ido cobrando una relevancia tal que el propio presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, lo comentó en la mañanera del 31 de agosto.

Los casos mencionados tienen en común el cuestionamiento de la mexicanidad y autenticidad de los artistas, su apego o cercanía a la cultura mexicana y el respeto a las raíces regionales de su música. La controversia incluye elementos propios del análisis de la música como elemento identitario, pero también de las redes sociales como espacios para la descalificación colectiva y los discursos de odio.

La autenticidad en la música es una categoría propia de los géneros que provienen de una raíz popular o de una vertiente subcultural. La autenticidad resulta fundamental para establecer el canon de los géneros musicales y su capacidad para representar identidad nacional o de grupo. Según el sociólogo británico de la música, Simon Frith, la autenticidad es un valor que ayuda a distinguir cuál música es verdadera y cuál no. Para escuchas puristas los géneros musicales deben apegarse a la raíz, manejarse dentro del canon y perpetuar la tradición. Para los heterodoxos la música puede fusionarse y evolucionar sin necesariamente perder su esencia.

La polémica sobre la autenticidad de la música y de sus creadores o intérpretes ha estado siempre presente. El conflicto entre puristas y heterodoxos es histórico y no se remite solamente a la nacionalidad o la cultura regional, también incluye el uso de tecnologías ‘espurias’, los usos alternativos o el contacto con lo mainstream o lo comercial. Podemos decir que géneros que surgen de una identidad cultural y la representan, frecuentemente generan debate y pugna por la autenticidad. Es posible mencionar al flamenco y su mítica lucha en contra de la fusión y la contaminación popera, el folk americano y su indignación por la incorporación de instrumentos eléctricos, el rap y su reticencia a formar parte del branding y la publicidad; entre otras luchas derivadas de la defensa de lo auténtico.

Si bien es cierto la autenticidad es parte fundamental de la valoración musical, no es la única, ni es definitiva. La fusión musical que dio lugar a géneros globales como el World Music, y la universalidad de rock como expresión de cultura juvenil más que de identidad nacional, abrieron espacio para otras formas de valoración de la música. La etnomusicóloga colombiana Ana María Ochoa Gautier, advierte que “el relato de la autenticidad en la música entonces sirve para movilizar nuevas sensibilidades; pero al mismo tiempo se utiliza como bandera para justificar nuevas formas de exclusión”.

Los y las artistas mencionados han sido juzgados por su falta de apego a la cultura mexicana o por su lugar de origen, por no ser absolutamente congruentes con la cultura de la que emana su propuesta musical. Esta crítica sería normal o inherente a lo musical si no se hubiera trasladado a la descalificación digital, al terreno del hater o la cancelación. Sí sólo se tratara de dejar de escuchar, de evitar consumir la propuesta sonora o de no asistir a conciertos o presentaciones, la controversia estaría dentro del terreno de lo aceptable y de los derechos de las audiencias. El problema es la agresividad, la masividad de la descalificación y las consecuencias que el vapuleo digital trae para la carrera y la estabilidad emocional del artista censurado. Ser un fan también implica una responsabilidad, ser usuario de redes sociales también obliga a la civilidad y mesura. La mejor manera de rechazar una propuesta musical es no escucharla, con eso basta y sobra, lo demás resulta innecesario y casi siempre excesivo.

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