Xóchilt en Querétaro

El tres y cuatro de agosto Xóchilt Gálvez estuvo en Querétaro. Su presencia demostró que es una candidata disruptiva, que emociona y que es dueña de una capacidad comunicativa de amplio espectro. Solvente y carismática, lo mismo interactúa con empresarios que con mujeres que ven en ella una esperanza, una posibilidad de cambio. Xóchilt mostró en Querétaro que es capaz de argumentar desde un punto de vista técnico, cómo de subirse al ring —literalmente— para protagonizar un momento de comunicación política performativa.
El actuar de Gálvez implica un constante contraste con la retórica polarizadora de López Obrador, con su permanente afán por el conflicto; en Querétaro ella habló de la importancia del trabajo en equipo y de no caer en la trampa de la división y el odio. Xóchilt contrasta permanentemente con la precandidata de Morena Claudia Sheinbaum, comparación inevitable que nos lleva a enumerar las diferencias entre una y otra.
En la campaña de la exjefa de gobierno domina la impostación, el mimetismo, el intentar ser la continuación literal del presidente, el afán por la repetición de slogans y frases hechas. En la de Xóchilt prevalece la marca de origen, el sentido del humor y el deslinde de patrocinadores y padrinos.
Las redes sociales dan cuenta de las capacidades comunicativas de ambas. Sheinbaum continúa ensayando contenidos y produciendo piezas digitales que no acaban de mostrarla como una política capaz de la conexión emocional o el derroche de simpatía; en contraste, los contenidos digitales de Xóchilt muestran oportunidad y variedad, mostrando sobre todo la parte humana de la senadora.
El trayecto para Xóchilt Gálvez es largo y difícil. El presidente López Obrador está decidido a descarrilar su candidatura. La campaña en su contra por parte de la 4T tiene trazos de persecución política, utiliza recursos legales e ilegales para desacreditarla, para posicionarla como una representante de la cúpula empresarial y el conservadurismo. Si las campañas políticas son de por sí difíciles, enfrentar una elección de Estado implica competir en condiciones de amplia desigualdad y enorme riesgo.
La aparición de Gálvez en la escena política desatora varias dinámicas y moviliza a una oposición huérfana de liderazgo y narrativa. Ella provee a los opositores de una hoja de ruta y un timing. Había sido difícil pensar en alternancia cuando ni siquiera había una figura a quien seguir o a la cuál sumarse. Las opciones disponibles hasta antes de la aparición de Xóchilt no eran competitivas y mucho menos populares. Ni Creel, ni de la Madrid tenían posibilidades ya no digamos de triunfo, ni siquiera de poder convocar efectivamente a la militancia de los partidos coaligados.
La campaña a la presidencia del 2024 se dará en condiciones muy diferentes a las del 2006 y 2012. En esta oportunidad el mismo AMLO que gritaba “cállate chachalaca” hoy reclama libertad absoluta y garantías para que pueda diariamente hacer proselitismo en favor de sus candidatos. En la próxima elección, la misma izquierda que una vez reclamó inequidad, violaciones a la ley y uso indebido de los recursos del gobierno para fines electorales, hoy intimida al INE para poder operar libremente desde sus nuevos espacios de poder. Gálvez enfrenta una elección llena de paradojas, ironías y actores gubernamentales decididos a no dejarla llegar, su triunfo implicaría una movilización nacional extraordinaria capaz de superar la voluntad y quehacer antidemocrático del presidente.