El último arrebato

Coahuila

Entre algunos añorantes del presidencialismo del antiguo régimen (tanto proclives como detractores del actual presidente), se especula sobre las razones por las que los tres partidos de Juntos Haremos Historia se encaminen a competir por la gubernatura de Coahuila sin un candidato común. No faltan quienes sostienen que la 4T “se dará el lujo” de derrotar al PRI con tres opciones distintas y tampoco faltan los que afirman que existe “un pacto” para que el PRI conserve esa entidad como pago al respaldo a la reforma constitucional que permitirá mantener al Ejército en tareas de seguridad hasta 2028.

Quizás ni una ni otra. Coahuila no es fortaleza del movimiento obradorista (si bien en AMLO ganó en 2018, fue sólo con 44 por ciento, contra el extremo de Tabasco, donde alcanzó 80 puntos) y el actual proceso está revelando las tensiones propias de toda disputa del poder. Para ganar, el actual presidente aglutinó un arco impensable de voluntades (¿recuerdan esa foto de aquel 4 de mayo donde dos expresidentes del PAN le levantan la mano?), pero ese clima nada tiene qué ver con lo que sucede hoy en el norte.

Aunque faltan aún dos meses para la fecha límite del registro de candidatos, parece complicado conciliar ambiciones desbordadas y demasiado humanas. El obradorismo no se reduce a Morena, pero sí es su principal asiento. Es un movimiento en doloroso (y a veces penoso) proceso de institucionalización partidista. Pero, al mismo tiempo, emergen contradicciones como que el precandidato perfilado vive en las antípodas de la austeridad republicana, lejísimos de la pobreza franciscana: en 2017, por ejemplo, reportó una treintena de propiedades y acciones en 16 empresas, un tercio del ramo minero. Es un hombre de capital, nada qué ver con los pobres y no tuvo empacho en exhibirse en Qatar dándose la gran vida.

Las encuestas anticipaban que, aun si se presentara en coalición, el obradorismo iba cuesta arriba, aunque existían posibilidades de triunfo. Todavía hoy Armando Guadiana (Morena), Ricardo Mejía Berdeja (PT), y Evaristo Lenin Pérez (PVEM), pueden darle una oportunidad a la política, pues dos encuestas levantadas en enero muestran que el priísta Manolo Jiménez tiene una intención de voto de apenas 40 puntos. Eso es también la 4T: voluntad de autodestrucción, pues yendo separados, desde ahora pueden dar por perdido ese estado para que el PRI celebre sus primeros 100 años en el poder.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba