Trabajo agrícola de las mujeres como extensión del trabajo doméstico. Entre lo invisible y lo fundamental

“(…) mi mamá es de esas personas de que no se me va a caer nada por sembrar, porque ella sabe desde lo que es amarrar una yunta, yuntear y escardar, hace todo el proceso, ella también sabe hacer ollas, cosa que antes solo los hombres podían hacer, mi mamá va a lo que es la leña, cortar árboles y a traerlo aquí, ella trae sustento a casa, ella sabe todo lo que es del hogar y aparte sabe cosas de hombres…” (entrevista a Zänä, San Ildefonso, Tultepec, Amealco, 17 de abril de 2019).
En 2020 un grupo de mujeres estudiantes del Instituto Intercultural Ñöhño realizaron una investigación sobre el uso del tiempo de hombres y mujeres de diferentes rangos de edad en algunos barrios de San Ildefonso Tultepec, Amealco. Tuve la oportunidad de acompañar este proceso y conocer algunos de sus resultados. Fueron evidentes las diferencias entre los grupos por razones de edad y género. Por ejemplo, la cantidad de horas que los más jóvenes dedicaron al entretenimiento reflejado en las horas que destinaron a revisar redes sociales en su teléfono celular, con la diferencia de que las mujeres de ese grupo de edad reportaban más horas en el cuidado de familiares y en la preparación de alimentos. No obstante, el dato que más nos movió a la reflexión fue la diferencia en la cantidad de horas que las mujeres de 40 a 60 años dedican al trabajo no remunerado considerado también como trabajo doméstico. La información obtenida mostró que algunas de las mujeres de este rengo de edad destinaban más de 15 horas a realizar trabajo no remunerado.
Gran parte de estas horas las utilizaban al trabajo en la parcela familiar, además de cuidar los animales, bordar, hacer comida, cuidar a otros integrantes de la familia, cultivan plantas y árboles frutales, además de ser responsables de la alimentación de sus familias al adquirir, cocinar, y por supuesto cultivar diversos alimentos. Distintas actividades, algunas de ellas las realizaban al mismo tiempo, por ejemplo, bordar y pastar ganado, cuidar a niños o niñas y elaborar la comida, etc. Destinando una mínima cantidad de tiempo para su cuidado personal y entretenimiento.
Las 15 horas reportadas rebasa el promedio de 12 horas que muestran otras investigaciones que abordan el trabajo de las mujeres de zonas rurales en América Latina, estas mismas investigaciones refieren que las mujeres producen el 90% del alimento que consumen las familias de zonas rurales. En la escala mundial las mujeres son las que producen el 50% de los alimentos. Así de importante y fundamental es su trabajo.
En contraste la gran mayoría de las mujeres que trabajan la tierra no tienen propiedad real sobre ella. De la tierra que se cultiva un porcentaje mínimo está en manos de las mujeres, en varios casos esta situación les impide acceder a recursos o programas de apoyo al campo, capacitación, participar en grupos organizados de productoras y lo más importante las excluye de la toma de decisiones respecto a las tierras que trabajan además de enfrentarse a condiciones de incertidumbre respecto de su forma de vida, pues en cualquier momento los propietarios de la tierra pueden tomar la decisión de vender o cambiar el uso de esa tierra.
El ejercicio de investigación con este grupo de estudiantes ayudó a visibilizar la desigualdad en el uso del tiempo, pero también la importancia del trabajo de las mujeres en la producción de alimentos. Algunas reflexiones giraron en torno a la normalización de estas desigualdades, de este trabajo extenuante que al parecer siempre ha sido así (¿siempre ha sido así?), pero se ha normalizado al grado de no verlo. Incluso algunas de las mujeres entrevistadas mencionaron como normal, necesario o como un deber su labor. Esta situación se presenta en otros ejercicios de investigación, describen su trabajo en la parcela como ‘ayuda’. Cómo no pensar en la imagen que se ha formado de la mujer en el campo, como la responsable de llevar el almuerzo a los varones que trabajan en la parcela, la que ayuda al varón echando la semilla en el surco.
Esa investigación también permitió visibilizar la labor de las mujeres, compararlo con el trabajo que hacían otros integrantes de la comunidad. Imaginar escenarios (distópicos) en donde ese trabajo ya no se hiciera, pero, sobre todo, la necesidad e importancia de reconocerlo.
En nuestro país se han llevado a cabo iniciativas para visibilizar el trabajo no remunerado que realizan las mujeres, una de ellas es la Encuesta Nacional sobre el uso del Tiempo (ENUT), llevada a cabo desde el 2009 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES). La información de esta encuesta muestra que son las mujeres las que dedican casi tres veces más tiempo que los hombres a realizar trabajo no remunerado, dentro del cual se considera el trabajo en los hogares o trabajo doméstico, la producción de bienes para uso del hogar, el de cuidados y el trabajo voluntario o comunitario.
La importancia del trabajo doméstico, de cuidados y de producción de insumos para el hogar es fundamental y la base para el desarrollo económico del país. Si ese trabajo de contabilizara y se le asignara un valor monetario éste representaría el 23.3% del Producto Interno Bruto (PIB), dos terceras partes del tiempo requerido para producirlo lo aportan las mujeres (INEGI, 2018).
Este trabajo también ha sido nombrado como trabajo reproductivo o no laboral ya que su realización no recibe una paga, incluso a las personas que solo realizan este trabajo no se les incluye en las estadísticas como parte de la población económicamente activa. La desigualdad en el uso del tiempo entre hombres y mujeres en las labores no remuneradas es amplia, aumenta cuando se revisan los datos referentes a las zonas rurales y de población hablante de lengua indígena. En este sector de la población, el tiempo dedicado al trabajo no remunerado que realizan las mujeres es cuatro veces mayor al de los hombres como lo muestran las encuestas del 2015 y del 2019.
La normalización e invisibilización del trabajo de las mujeres también ha estado presente en algunas investigaciones académicas de décadas pasadas, aquellas que tienen como parte de sus temas la organización social para la producción agrícola en las zonas rurales de diversas regiones del país describen el trabajo en la milpa como un trabajo encabezado por el varón o jefe de familia donde califican como ayuda al trabajo de los otros integrantes de la familia, entre ellos las mujeres. Esta forma en que se describía se debe a que en aquellos años las mujeres en realidad solo ayudaban, quizá ahora la situación ha cambiado radicalmente. O tal vez se debe a que aquellas investigaciones padecían de algún tipo de ceguera.
El campo mexicano ha estado en permanente transformación en la que han intervenido un sinnúmero de factores, si bien, su enumeración y análisis no es el objetivo de este escrito, considero pertinente mencionar algunos de ellos para describir el contexto, la prioridad que el Estado mexicano le ha dado al desarrollo de una economía industrial que coloca las comunidades rurales como productoras de mano de obra provocando la migración de un gran número de personas, principalmente varones durante las primeras décadas de este periodo, el apoyo desigual al campo priorizando la producción agroindustrial en detrimento de la producción a pequeña escala, la tecnificación del campo, el uso de agroquímicos con la llamada revolución verde, la expansión de las zonas urbanas sobre territorios rurales, los cambio de uso de suelo, la instalación de servicios en las zonas rurales, el aumento en los niveles de escolarización, la contaminación de los suelos agrícolas, el monocultivo, el cambio climático, entre muchos otros, han provocado grandes cambios en la organización de las comunidades y familias, lo que ha impactado en el trabajo agrícola, en ocasiones, llegando a poner en riesgo su permanencia.
A partir de esos cambios se ha llegado a plantear la existencia de espacios rurales sin agricultura – nueva ruralidad- y la feminización del campo mexicano puesto que las mujeres se han encargado de realizar actividades que antes llevaban a cabo los varones. Ellas también migran para acceder al mercado de trabajo, ingresan a niveles más altos de escolarización, son jefas de familia. Cambios que en ocasiones no se traducen en un cambio en la posición de subordinación y de roles de género, provocando una sobrecarga de trabajo que afecta su vida y salud. También se mantienen trabajando la tierra. Actividad que han realizado desde tiempo atrás, pero cada vez podemos observar a más mujeres que encabezan el trabajo en las parcelas familiares. Lo cual se puede derivar de los factores ya enumerados, pero también por el cambio en la perspectiva con la que se pretenden comprender los fenómenos sociales.
Las perspectivas feministas, feministas decoloniales, comunitarias, han contribuido de manera contundente en la visibilización del trabajo de las mujeres, especialmente a partir de los últimos años del siglo pasado varias investigaciones de mujeres con una perspectiva feminista han puesto sobre la mesa las importantes contribuciones de las mujeres en la producción agrícola. Considerando el género como una categoría útil para entender los ordenamientos sociales, la división sexual del trabajo, la discriminación e invisibilización de saberes, historias y actividades, las desigualdades en el acceso a los recursos y las diferencias para relacionarnos con el entorno, con la naturaleza.
Estas perspectivas feministas han contribuido a reconocer los saberes, las actividades y su participación fundamental en la actividad agrícola como en la conservación, selección y almacenamiento de semillas, métodos de producción y transformación de esos alimentos en comida. Como uno de los ejemplos más notables podemos mencionar el proceso de nixtamalización que describe la investigadora Ivonne Vizcarra. La presencia y participación de las mujeres es durante todo el ciclo agrícola, al que se agrega la elaboración de comida en el espacio doméstico con la preparación de comida y la transmisión de ese conocimiento a las nuevas generaciones.
Algunas de estas investigaciones plantean que la invisibilización de las mujeres no es casual. Lo que es visible, importante o relevante a los ojos de las personas está normado por diferentes pautas, costumbres, normas que dan forma a nuestra vida en sociedad. Ordenes que se han formado a través de muchos años, especialmente en países con un pasado colonial y un presente sumergido en la colonialidad que indica qué origen, herencia y color de piel es el mejor. El orden de género es uno de ellos, el cual que ha colocado a las mujeres en una posición de subordinación relacionándolas con los trabajos menos valorados o asignándoles trabajos que no son valorados – aquí hay una leve sutileza que ha ocupado bastantes horas de debate entre teóricas feministas-.
Hay otro ordenamiento que interviene en la normalización o invisibilización del trabajo de las mujeres en la producción agroalimentaria, y es la creación de lo que J., Moore en su texto ‘El capitalismo en la trama de la vida’ describe como naturaleza barata término que utiliza para dar nombre a la estrategia histórica que ha organizado a la realidad dividiéndola en naturaleza/sociedad. Esta estrategia está conformada por una narrativa hegemónica, acciones y relaciones sociales que dieron forma a la idea de una naturaleza ‘independiente de las personas’ conformada por recursos gratuitos a los cuales se puede acceder para generar riqueza. Estrategia que ha contribuido a justificar la devastación de un sinfín de ecosistemas, concibiendo a los humanos y a la naturaleza como entes separados, generando una relación de uso y aprovechamiento de esos dones gratuitos o baratos que hemos dado en nombrar como recursos naturales.
La gran estrategia logró establecer una organización de la realidad entre lo interno: la Humanidad y lo externo: la Naturaleza de la que forman parte el medio ambiente, pero también una buena parte de la humanidad integrada por las mujeres, niñeces, grupos racializados, es así que también esta estrategia ha contribuido a justificar las desigualdades e injusticias de género, la explotación de grandes grupos humanos sometidos a la esclavitud o condenados a la desaparición. Las relaciones de dominio y subordinación.
Quizá un gran número de dicotomías ordenadoras de la realidad nos han producido como seres ciegos ante la indiscutible unión de los humanos y la naturaleza, pensando que la naturaleza está ahí como un elemento del que es posible apropiarse, como un recurso puesto ahí para el aprovechamiento humano. Naturaleza en la que se encuentran las mujeres y su trabajo. Separación que algunos autores han identificado como parte de la transformación cultural necesaria para el desarrollo de un sistema económico que amenaza la continuidad de la vida en la Tierra: el capitalismo.
Esta separación ha ido tomando forma durante los poco más de cinco siglos que forman la historia del capitalismo. Justificando la terrible devastación que se ha hecho de nuestro planeta, los genocidios, la desaparición de grandes extensiones de bosques, selvas, cerros para obtener esos ‘recursos’ y por supuesto, del lugar de subordinación al que se ha sometido a las mujeres, y otros cuerpos feminizados, niños, niñas y grupos racializados, considerados como parte de esa naturaleza barata que está ahí para ser explotada, aprovechada.
Probablemente algunas de estas ideas contribuyan a entender cómo es que el trabajo de las mujeres en la producción agroalimentaria a pequeña escala se invisibilice y se normalice como parte de su trabajo doméstico que por la división sexual del trabajo se le asigne de forma naturalizada. Que se nos haga normal encontrar que haya mujeres que dedican más de 15 horas el trabajo que se define como doméstico, ese trabajo que no se paga y que todavía hay quienes no lo consideran como trabajo manteniendo la idea equivocada de entender el trabajo solo como empleo, desde una lógica capitalista.
Lo más sorprendente de los resultados de aquella investigación de 2020 tal vez no fueron esas 15 horas dedicadas al trabajo no remunerado sino su normalización. Observar la expresión de admiración en los rostros de algunas de las participantes de este ejercicio escolar fue uno de los motivos que me impulsó a conocer más acerca del trabajo de las mujeres en los espacios de producción agrícola de alimentos, lo que para ellas, sus familiares y su comunidad significa este trabajo, además había tenido la oportunidad de conocer de forma cercana varias de las actividades que las mujeres de San Ildefonso llevan a cabo, ya que en los últimos años he participado en proyectos con mujeres jóvenes estudiantes y sus madres en algunos de los barrios de la delegación, tanto el trabajo en sus hogares, con sus familias como en los diferentes espacios productivos: traspatio, parcelas, huertos, proyectos productivos colectivos y zonas de recolección de alimentos y combustibles.
Esa experiencia que ha confirmado que el trabajo de las mujeres es importante y fundamental para producir alimentos, sin embargo, esos espacios no son ya como antes, algunas de ellas mencionaron que deben de ‘echar sales’ y otros químicos, incluso en algunas ‘milpas’ ya solo siembran maíz, las mujeres jóvenes que estudian no participan como sus madres en estos espacios. ¿Qué va a suceder en algunos años con esas parcelas? ¿Cuál será el alimento de esas familias en unos años? ¿Qué productos integrarán su dieta? ¿Ya no habrá maíz? Ni esos enormes frijoles – bayacotes – que en agosto inundan las milpas de flores rojas.
Si las mujeres ya no trabajan en ‘la milpa’ ¿desaparecerá? ¿Cómo ha ido cambiando su participación en la ‘milpa’? ¿Siempre ha requerido esa cantidad de horas de trabajo de las mujeres? ¿Cómo consideran su trabajo ellas mismas, es importante para ellas, para sus familias y para su comunidad? Si es tan importante para la alimentación y la vida de las familias el trabajo que hacen las mujeres, ¿cuál es la forma en la que se les reconoce?, ¿cómo se les valora?, algunas de esas preguntas forman parte del proyecto de investigación que actualmente llevo a cabo sobre el trabajo de las mujeres en los sistemas de producción agrícola a pequeña escala, en dos comunidades rurales del estado de Querétaro. Su valoración como trabajo doméstico y de cuidados.
Durante el proceso de investigación alguna mujeres que siembran maíz (así me ha pedido una de ellas que la nombre) me han permitido acompañarlas y participar en las actividades del ciclo agrícola, ‘estar ahí’ en el momento en que la parcela está descubierta y las mujeres recogen las cañas secas del maíz para que sirvan de leña, echan la ceniza del fogón, pastorean borregos o guajolotes para abonar la tierra, han compartido con gran generosidad la forma en la que escogen las semillas, sus estrategias para almacenarlas para que no se deterioren, observar cómo en los días de plaza o durante las celebraciones religiosas conversan con los vecinos que tienen yunta para acodar la fecha del barbecho y la siembra.
He sido privilegiada al participar en la siembra con algunas de ellas, observar cómo se organizan para dar de comer a los yunteros y a las demás sembradoras, mientras aquellos trazan los surcos, ellas preparan las semillas, ordenan cuáles surcos serán para el maíz morado, cuáles para el rojo, el blanco, para los frijoles: los bayacotes y los frijoles pequeños. Junto (no tanto) a las semillas de maíz van las de frijol y solo en algunas zonas de la parcela pondrán las de calabaza. Saben que la luna marca los tiempos y formas del crecimiento de las plantas, que el cuidado y la ayuda con sus vecinos y familiares es indispensable para que la milpa crezca, para que crezcan los elotes que compartirán con en septiembre u octubre, para que la cosecha sea buena y así preparar tortillas cuando así lo quiera y lo necesite. Tortillas del sabor y textura que a ella y a su familia les gustan, esas que solo se hacen con la semilla criolla.
Esperarán la lluvia y cuidaran su crecimiento, quitando hierba, cubriendo ‘los pies del maíz’, resembrando en los lugares donde no ha crecido. Escogerán las plantas que pueden comer durante el verano, los quelites tiernos, tomates, ejotes, verdolagas. Con su trabajo cuidan la milpa, también los lazos familiares y comunitarios.
Trabajan en todas las actividades del ciclo agrícola, toman decisiones sobre la siembra. Sus conocimientos dependen de años de práctica y de saberes heredados de sus padres, madres, abuelas, vecinas. Además de trabajar en sus milpas han trabajado como jornaleras en otras milpas de barrios cercanos, en el tiempo del mantenimiento de la milpa, deshierbando, y durante la cosecha, cargando costales. Caminando en la madrugada para llegar a las seis de la mañana a las milpas donde las han contratado, también así, dicen, ahí también se aprende a trabajar más rápido y a utilizar herramientas para facilitar el trabajo. Jornadas largas y agotadoras con un pago muy bajo que en ocasiones debían de entregar a los varones de sus familias. Pero eso era antes.
También han trabajado en las maquiladoras y los fines de semana regresan a trabajar en la milpa. No siempre es lo mejor, es cansado, hace fío, se lastiman las manos, pero se hace porque se quiere seguir viviendo. De eso están seguras. La pregunta es si los y las jóvenes querrán hacer el relevo.
El sistema económico absorbe y aprovecha estos esfuerzos, Julieta Paredes, teórica del feminismo comunitario, explica que no solo es la naturaleza y el trabajo humano lo que se explota, sino también el cuerpo de la mujeres a partir de la expansión del neoliberalismo en América Latina, las mujeres se han sumado como mano de obra y han sido las responsables de realizar las tareas que el Estado ha dejado de hacer, duplicando así la explotación que se hace de la fuerza de trabajo de las mujeres, invisibilizando su trabajo y obligándolas a realizar dobles o triples jornadas, el trabajo no remunerado, el que se hace en la casa, en la parcela deben de tener un empleo, cuidar a los y las hijas y cumplir con todos los requisitos que las escuelas de nivel básico piden a los ‘padres de familia’.
Por cuánto tiempo seguirán haciendo ellas este trabajo. Por cuánto tiempo más serán normalizadas las largas jornadas de trabajo, al extremo de provocar su desgaste y cansancio. Lejos de romantizar su labor es importante visibilizarla para nombrar los desequilibrios, las desigualdades, la sobre carga de trabajo y además para reconocer su labor como productoras, guardianas, maestras. Reconocimiento que contribuya a una mejora en su posición, acceso a recursos y ejercicio de sus derechos.