Lecciones para México desde España

El 28 de mayo pasado se celebraron elecciones autonómicas en España y, con las simplificaciones indebidas los resultados indican que la derecha y sobre todo la ultraderecha, triunfó. El gobierno encabezado por Pedro Sánchez se vio obligado a adelantar las elecciones generales a julio —previstas originalmente para diciembre— con el objetivo de frenar un posible gobierno de coalición entre el Partido Popular y Vox. Es incierto si vaya a funcionar. O, mejor dicho, es altamente probable que veamos a la ultraderecha formar un gobierno de coalición en España. Las razones son varias, por lo que sería injusto decir que todo es culpa de la torpeza de Pedro Sánchez, aunque también sea un componente.
Sin duda las coyunturas ayudan a quien sabe agitar ciertos malestares ante la falta de talento y oficio político para contrarrestarlos. Y es un problema porque vemos cómo, al mismo tiempo que emerge la diversidad en la esfera pública y logra algunos espacios, el statu quo, al defenderse, también consigue victorias, nada menores, que refuerzan las ideas tradicionales de familia, género, libre mercado y tantas otras; sucede en casi todos lados, como en España. Y, en un futuro no lejano, podría suceder en México.
Este gobierno, el primero de izquierda democrática —desde un punto de vista electoral— que ha logrado ganar el poder político formal, pareciera encaminado a mantener el poder más allá de este sexenio, así como cierto control sobre la política formal, que no es todo el control político, valga el apunte.
Durante todo el sexenio, hemos visto distintos ‘estira y afloja’ con grupos de poder: empresarios, medios de comunicación, militares, etc., y cada uno ha obtenido algo. Salvo por los militares, no podría (ni debería) ser de otra manera. Claro que en ello se han ido algunas de las posibilidades para establecer el proyecto que, imagino, tenía en mente el presidente que, sin embargo, gracias a su capacidad de movilización, a su carisma y confrontación, ha logrado mantener cierta estabilidad y aterrizar algunas de sus políticas. A veces, a costo bastante alto, pero es tema aparte.
La sucesión, cada vez más comentada y disputada, tendría que ser, para el grupo gobernante, algo mucho menos inmediato que la próxima elección. Las encuestas de opinión pueden dar cuenta de alguna candidatura con mayor apoyo. Y mucho tendrá que ver la sensación de inevitabilidad. Pero habría que reflexionar si la popularidad basta para mantener un proyecto político enfrentado con factores de poder que aprovecharían la debilidad, la torpeza o la incapacidad de quien tome el poder. Sin el carisma y arrastre popular del presidente, los factores de poder —y supongo que lo saben— terminarían por imponerse. Así, el poder político terminaría por en manos de la derecha y sus ultras. Incluso antes de 2030.
Apostar por un proyecto político a largo plazo también tiene que pasar por apostar por quien mejor pueda tomar las riendas de un país disputado, con muchos factores de poder, y élites políticas y económicas al acecho. La izquierda requiere de liderazgos, para bien y para mal, porque (para bien) no son gobiernos técnicos. Y con ello, requiere de personas que sepan hacer política más allá de la confrontación, ineficaz hasta para el popularísimo AMLO.