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Racismo

Racismo, misoginia y aporofobia son tres enfermedades sociales, potentes motores de la vida colectiva, que debemos confesar. Condensan el miedo y el odio dirigidos a tres condiciones reunidas en ellas dos (Yalitza y ‘Marichuy’), por ser mujeres, por ser pobres y por ser indígenas.

Racismo, misoginia y aporofobia forman un retorcido nudo de miedo y odio, expresados de pensamiento, palabra, obra u omisión. Jalados de la misma cuerda, como una jauría, como una recua de lestrigones, esos tres demonios de la exclusión han salido orondos a pasear. Sí, campean por toda la República. Y quien esté libre de alguno, que tire la primera piedra. Por mi parte, guardo mis piedras.

Han sido visibles, y con mucho vigor, al menos dos olas en el último año, expresadas de un modo cínico o refinado, pero nada disimulado. La primera ola tuvo como foco a María de Jesús Patricio Martínez, que pertenece a la etnia nahua, y que intentó registrarse como candidata independiente a la presidencia de la República, con el respaldo del Congreso Nacional Indígena. La segunda ola se centró en Yalitza Aparicio Martínez, de la etnia mixteca, que en su primera incursión cinematográfica escaló a la antesala del principal reconocimiento internacional, a eso que desde 1911 conocemos como séptimo arte.

Racismo, misoginia y aporofobia –quizá habría que agregar al clasismo–, son tres enfermedades sociales, potentes motores de la vida colectiva, que debemos confesar. Condensan el miedo y el odio dirigidos a tres condiciones reunidas en ellas dos, por ser mujeres, por ser pobres y por ser indígenas. Y por una razón más: por ocupar la escena pública. No es necesario repetir aquí la andanada de insultos que, en redes sociales y en conversaciones privadas, brotaron del alma social profunda.

Tal vez sea hora de escarbar para saber de qué están hechos nuestro racismo, nuestra misoginia y nuestra aporofobia. No sabe uno qué es más cínico, si el insulto mismo o la disculpa lanzada “a quien se haya sentido ofendido”. Se ha agotado ya el maquillaje de lo políticamente correcto. Es hora de hablarlo. De ponerlo sobre la mesa y debatirlo. Es hora de asumirnos tal como somos. Es hora de hacernos cargo de esas enfermedades inocultables. Para atenderlas y, si es posible extirparlas, al menos para gobernarlas.

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