Profecía cumplida

Se cumplió la profecía. La designación de Xóchitl Gálvez Ruiz como retadora de las fuerzas políticas desplazadas en la elección de 2018, confirmó lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador anticipó a principios de julio, respecto de lo que ya habían decidido las cúpulas del PRIAN, articuladas en un frente por el comendador patronal Claudio X. González, por más que montaran una intrincada simulación con la finalidad de que tal decisión pareciera una decisión ‘ciudadana’.
Con lo que queda de su vieja maquinaria, en un acto que parodió los días gloriosos en los que a la derrota podía dársele la vuelta para presentarla como un triunfo, el PRI abandonó a uno de sus cuadros más puros, Beatriz Paredes, y antes de sacrificarla la elevó al altar de las más atrevidas adulaciones para enseguida humillarla y obligarla a comerse sus propias palabras, pronunciadas sin aderezos apenas la víspera: “decidí no declinar porque si las mujeres vamos a repetir el modelo patriarcal de los arreglos, perdónenme, ¡estamos jodidas!”. Pues sí, están jodidas. Perdónenme, pero bien jodidas.
El laberíntico procedimiento del PRIAN quedó exhibido nada menos como el ungimiento cupular de una mujer a manos de ‘un grupo de hombres’, pues tras la cadena de declinaciones el proceso no sólo quedó trunco, sino que fue mutilado precisamente en lo que tenía de novedoso: una votación ciudadana, que este domingo 3 de septiembre le habría conferido la legitimidad que tanto le urge al frente opositor. El dedazo asestado por el presidente nacional del PRI sustituyó la opinión de más de 2 millones de personas que dieron su firma para emitir un voto que equivalía al 50 por ciento de la nominación. Ha trascendido que la cancelación de la participación ciudadana se hizo para evitar el ridículo de una concurrencia previsible a las urnas apenas equivalente a una cuarta parte del padrón levantado para este propósito.
Este es el epílogo de la historia de la invención de una candidata, que incluyó una nada discreta orquestación mediática desde finales de junio cuando, de manera mágica, se le abrieron todos los micrófonos y todos los foros para posicionar la idea de que estaba ocurriendo un ‘fenómeno’ social, en tanto que la comentocracia antiobradorista hizo sonar las viejas matracas hasta el éxtasis. Guadalupe Loaeza así oró: “Bendita Xóchitl, apareciste, como la Virgen de Guadalupe, cuando más te necesitábamos”. Y que contó con la colaboración de jueces, magistrados y consejeros electorales, que fueron al extremo de dictar absurdas resoluciones para favorecerla. Alineados con el bloque prianista, estos últimos contribuyeron al posicionamiento de una candidata hueca que envuelve sus evidentes limitaciones en risitas como salida de emergencia, que se apoya en un lenguaje simplista y carretonero como sinónimo de lo ‘popular’ y, por supuesto, asentada sobre un cuento infantil lacrimógeno para encubrir una fortuna alcanzada con prácticas de corrupción.
El tiempo acabó por darle la razón no sólo al presidente, cabeza del movimiento obradorista, sino a otros competidores internos que tuvieron que ir saliendo del camino, como Lilly Téllez (“No existen reglas claras sobre el origen y destino del dinero, por lo que no podremos saber qué intereses están detrás de cada aspirante”) o Claudia Ruiz Massieu Salinas de Gortari (“Entre logar lo posible o hacer lo correcto, me decido por lo segundo”). Con los planes que en economía y seguridad están diseñando José Ángel Gurría y Francisco Cabeza de Vaca, estamos asistiendo a la proclamación de una candidata carente de ideas, sin bases sociales realmente existentes y que no es sino la encarnación del tipo de gobierno que la mayoría ya ha reprobado.