El último arrebato

Sepultureros

En nuestro aéreo repaso de la actual coyuntura política, vale la pena recordar que la idea matriz de la actual administración federal está condensada en la oferta de emprender ‘la cuarta transformación de la vida pública del país’, concepto que la prensa acuñó como ‘4T’. Con independencia de la carga propagandística que entraña, esta denominación apela a dos planos simultáneos: uno, este gobierno busca ser imaginado en perspectiva larga, como un momento concatenado a otros procesos radicales de la evolución del país, y dos, se propone posicionar al ‘pueblo’ como el agente decisivo de los cambios.

Las cuatro transformaciones serían traducidas en sucesivas separaciones y construcción de nuevos vínculos entre ese pueblo y el poder político: la primera fue la separación de la metrópoli colonial; la segunda fue la separación de la Iglesia y el Estado; la tercera culminó con la proclamación de la justicia social como soporte de la vida constitucional, y la cuarta se propone la separación del poder político del poder económico.

Ahora bien, si cada proceso lleva en sí el germen de su propia destrucción tenemos que partir de que un padre al engendrar a un hijo, su obra, está en realidad engendrando a su enterrador, a su sepulturero. Más tarde que temprano, el hijo tomará distancia del padre, lo negará, lo refutará y le ofrecerá resistencia. Así, tendríamos que preguntarnos qué está procreando el cambio de régimen que impulsa el actual presidente de la República que es, a la vez, jefe indiscutible del movimiento social que, en los términos de su discurso, opera como soporte de la transformación.

Imagen con alta carga irónica, uno de los más altos próceres de la Independencia, José María Morelos y Pavón, literalmente engendró a un hijo que en su actuar negaría la vocación libertaria de la nueva nación: Juan Nepomuceno Almonte, que después de luchar junto a su padre en la guerra de Independencia, formó parte de la junta superior que declaró el establecimiento del segundo imperio, participó en el ofrecimiento de la corona a un monarca extranjero y ejerció incluso como regente en tanto el emperador asumía sus funciones.

La segunda transformación, que estuvo a cargo de ‘hombres que parecían gigantes’, como observó Antonio Caso, ha otorgado al presidente Benito Juárez el protagonismo central en detrimento de otros políticos de notable contribución con la pluma y las armas. Solemos olvidar también que a esa generación reformadora pertenece Porfirio Díaz, ‘héroe del 2 de abril’ de 1867 y jefe del ejército sitiador republicano en la capital del país. El Díaz decadente y dictatorial proviene de esa generación reformadora y le tocó sepultar algunos de sus postulados centrales.

Contra Díaz, precisamente, se alzaron diversos movimientos que conforman lo que la historia oficial nos presenta como ‘la Revolución Mexicana’, un proceso que culminó con la Constitución de Querétaro en 1917. Un derivado de este tercer proceso transformador, que a la larga sería uno de sus frutos amargos, fue la formación del Partido Nacional Revolucionario, que actualmente agoniza con el nombre de Partido Revolucionario Institucional. Fundado precisamente en Querétaro en 1929, y aunque en 2012 ya nos dio muestra de su capacidad de adaptación para recuperar el poder, hoy el PRI es un alma en pena arrastrando la cobija después de llevar al país a la depredación y el empobrecimiento de la mayoría de los mexicanos.

Si el obradorismo consigue prolongarse más allá de 2024, tendrá necesariamente que dotarse de nuevos acentos, no sólo para ajustarse a la desaparición de la escena pública de su fundador, sino por las exigencias de las nuevas circunstancias y, porque, desde luego, quien sea el relevo carecerá de los atributos (y defectos) que la persona del presidente posee. Se conoce ya el relevo al interior del movimiento, e incluso ya fue entregado el ‘bastón de mando’, pero aún está en curso el reacomodo de las fuerzas internas. Cuando en el próximo junio conozcamos el resultado de la elección presidencial y la nueva composición del Congreso de la Unión, podremos pulsar los flancos débiles y asomarán con más nitidez los gérmenes de la destrucción del obradorismo, pues igual que los individuos, los movimientos sociales nacen, crecen, se reproducen y mueren.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba