El último arrebato

¿Qué hacer con la pena?

Del cúmulo de información relacionada con la muerte de Raúl Padilla López, presidente de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y exrector de la Universidad de Guadalajara, ocurrida el último abril, llamó mi atención una nota que se refirió al suceso como “penacidio”, desligándose del concepto de “suicidio”, que empleó casi la totalidad de textos que lo aludieron.

Quienes defienden el uso de este nuevo término consideran que es necesario distinguir entre la determinación de una persona para suprimirse y el mero deseo de “matar la pena” o “matar el sufrimiento” que se padece. En este último caso se estaría ante una autoinmolación como solución a un callejón sin salida, esto es, ante un problema que parece no tener remedio o cuya solución parece estar por encima de las propias fuerzas. En cambio, en el primer supuesto se estaría ante la decisión soberana, lúcida, deliberada y explícita de dar por concluida la existencia sin que necesariamente esté de por medio una fatalidad.

Se trata de un fino matiz para un fenómeno que, de acuerdo con estimaciones oficiales, se ha instalado como la segunda causa de muerte en el mundo en personas de entre 15 y 29 años de edad; se calcula que cada 40 segundos ocurre una muerte de esta naturaleza y que por cada una existen 20 intentos. Estos números obligan a una meditación reposada que permita matizar sobre las formas contemporáneas del sufrimiento, apartándolas de explicaciones al vapor, descontextualizadas e individualistas, porque como lo advirtió Artaud, nadie se mata solo.

¿Cómo concebimos en la actualidad el sufrimiento? ¿Cómo nos reconocemos en el sufrimiento y cómo reconocemos a los demás en su propio sufrimiento? ¿Por qué algunos sufren en silencio y otros hacen de su sufrimiento un espectáculo? ¿Ha acertado la medicina, o algunas de sus áreas, en su obstinación por enfrentar el sufrimiento con fármacos? ¿Cómo conciliar el sufrimiento con el derecho a una vida digna?

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