La expulsión de lo distinto

El título, por si fuera necesario aclarar, es de una obra del filósofo Byung-Chul Han. Más allá de los análisis que restan peso a los argumentos del pensador surcoreano, me interesa subrayar que ese título da cuenta de una práctica muy común en las sociedades occidentales contemporáneas.
Está en la agenda antiinmigrante y sus variantes para expulsar a las y los indeseables y construirlos por fuera del orden social deseable: fronteras, policías, muros, campos de refugiados y trámites burocráticos interminables son todas formas de exclusión para diferenciar, más allá de la ley, quiénes son y quiénes no, ciudadanos.
El hecho más reciente sucedió en Calabria y la historia la conocemos porque se parece a muchas: una pequeña embarcación de madera con al menos 180 personas a bordo, inmigrantes de diversas nacionalidades que había zarpado de Turquía, naufragó cerca de las cosas italianas. Según la nota del diario italiano La Repubblica, en la costa calabrense las autoridades encontraron mochilas, biberones y juguetes. El ministro del Interior, Matteo Piantedosi, por su parte, declaró “la desesperación no justifica viajes que pongan en peligro a los hijos”. El reporte indica al menos 65 muertos hasta ahora.
Ya alguna vez, un político republicano en los Estados Unidos había considerado como estrategia para evitar la migración “hacerles la vida imposible” que, desde luego, supone hacerles imposible la llegada, así como todo el trayecto. No es descabellado pensar que todas las peripecias que atraviesan los migrantes centroamericanos en su peregrinar por México forma parte de la construcción de un orden social donde intervienen las autoridades.
Pero no es sólo la migración. La falta de humanidad tiene varias facetas. En diversas ciudades del mundo ha habido denuncias sobre la arquitectura hostil. En Toronto, por ejemplo, se han colocado una especie de picos sobre las rejillas de ventilación, para impedir que personas en situación de calle, duerman sobre éstas (elegidas sobre todo por las bajas temperaturas de la ciudad).
Los modelos penales y prácticas policiacas han dado cuenta del desmedido y diferenciado uso de la fuerza que constituyen, legitiman y reproducen órdenes sociales. En su libro Enforcing Order, Didier Fassin muestra como las interacciones entre la policía y ciertos individuos (inmigrantes, habitantes de proyectos de vivienda de bajos ingresos) sirven para recordarles cuál es su lugar en la sociedad.
Curiosamente (o tal vez no), esto ocurre en medio de una disputa por definir a la democracia: ¿se trata sólo de procedimientos y autoridades o debería tener alguna dimensión sustantiva? Porque (y no creo que sea casual) estas prácticas configurativas del orden “deseable” acontecen en países supuestamente democráticos, según los sofisticados índices de calidad democrática, que no miden cómo se ejerce la violencia del estado, ni el contenido sustantivo de norma alguna. Para hablar de democracia hay que discutir todo, no sólo las reglas para el acceso al poder.